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Sin medicinas ni comida: profesores jubilados sufren la crisis humanitaria en Venezuela LAS MÁS RECIENTES

«Ya no aguanto más, tiro la toalla, me quedo a esperar el fin. No puedo más con tanta soledad y tanta adversidad. Todo es tan difícil», escribió Carlos de Armas en el perfil de Facebook de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Católica Andrés Bello (Ucab), el 26 de enero de 2022, desde su sala en Caracas.

Esa noche, frente a la pantalla de la computadora, el profesor de 63 años creyó que el país tenía un rostro verdaderamente cruel. Contaba ya varios meses pidiendo ayuda o empleo, insinuando que el hambre era peligrosamente cotidiana y que hacía más de 10 años que no compraba una camisa nueva o un par de zapatos.

Tiempo atrás, De Armas era un docente risueño y convencido de que lo más esencial en el aula eran sus estudiantes. Dos licenciaturas, una en Educación y la otra en Comunicación Social, lo acreditaron frente a decenas de alumnos jóvenes y curiosos por 36 años seguidos. En 2018 recibió alegre el premio Valentía Moral, por haber estado al frente de la cátedra «Judaísmo Contemporáneo y Estudio de la Shoá Zygmunt y Anna Rotter» por más de 20 años.

Sin embargo, la alegría se esfumó lentamente el día en el que cenó despacio, y con incredulidad, un simple plato de pasta blanca con sal, porque no tenía dinero para comprar carne, queso o vegetales a principios de 2021, en medio de la pandemia de COVID-19.

Tampoco podía costearse ni una caja de omeprazol, metmorfina, clorihidrato o clotrimazol u otro medicamento para su diabetes. Sucedió poco después de ser jubilado de la Ucab; para entonces, Carlos insistió en que no quería irse, pero en la universidad le dijeron que debía hacerlo.

«Fue por problemas de los costos de pasivos laborales, todas estas cuestiones que son complicadas para las instituciones privadas. Yo sigo dictando clases en algunos semestres. Me contratan por el lapso del semestre para tres o cuatro materias, dependiendo de los alumnos que se inscriban. Con la pensión y esas horas me complemento un poco. Pero la situación del país es tan grave, que a veces uno se desespera», comentó De Armas a Efecto Cocuyo.

En febrero de 2021, dos alumnas de la Ucab, Orietta Rodriguez y Alejandra Romero, iniciaron una recolección de fondos con una meta de 1.500 dólares, que lograron recaudar para el profesor. Sin embargo, en junio de 2021 el educador posteó una solicitud de empleo, asegurando que podía limpiar casas ajenas si fuese necesario, para ganar algo de dinero. El mensaje del pasado 26 de enero encendió las alarmas de los ucabistas, quienes comenzaron otra campaña para reunir alimentos y medicinas para De Armas.

La Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi) 2021, publicada por la Universidad Católica Andrés Bello (Ucab), indica que 31.1 % de la población venezolana inactiva está compuesta por jubilados. Para el segundo semestre de 2021, la organización no gubernamental Convite reportó que 89 % de las personas mayores en Venezuela vivía en situación de pobreza con una pensión que no llegaba a los dos dólares al cambio (7 bolívares).

Son millones de científicos, periodistas, profesores, médicos, enfermeros, y un sinfín de profesionales que atestiguaron la llegada del nuevo siglo, pero que actualmente reciben lo equivalente a un paquete de azúcar. Son miles los que mueren de forma silenciosa en un país que que olvida a sus abuelos y que, por lo tanto, le da la espalda a su memoria viva.

Neveras vacías en pandemia

«Es un país de viejos y de niños», dijo sobre Venezuela en agosto del año pasado Anitza Freitez, directora del Instituto de Investigaciones Económicos y Sociales de la Ucab.

Sin medicinas ni comida: profesores jubilados sufren la crisis humanitaria en Venezuela LAS MÁS
RECIENTES

De acuerdo con la Encovi, actualmente en el país hay 65 personas dependientes por cada 100 venezolanos en edad para trabajar, entre menores de 15 años y mayores de 60 años de edad. Ya en 2020, Freitez había alertado que debido a la migración la nación perdió su bono demográfico: el período en el que la población activa laboralmente supera en mayor porcentaje a la población dependiente.

Edgar Silva Herrera, director del Comité de Derechos Humanos para la Defensa de los Pensionados, Jubilados y Adultos mayores, apuntó que la pensión que reciben los venezolanos de la tercera edad no sobrepasa el monto de 1,5 dólares. Según el Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros (Cendas), la canasta básica costaba 431,72 dólares, para diciembre de 2021.

«Esto miserable que paga el gobierno no se puede llamar pensión: es una asignación pírrica, que se ha venido otorgando desde 2013 hasta la fecha. Cada año que pasa, la brecha entre el ingreso de los pensionados con respecto a la canasta alimentaria se ha agigantado», explicó Silva a Efecto Cocuyo.

Un gran número de ancianos venezolanos no tienen tiempo de disfrutar de su vejez debido a las preocupaciones financieras y a la indiferencia del Estado. Algunos no se levantan preparando el café de la mañana, sino preguntándose qué comerán durante el día.

«La población jubilada aspira a poder acceder a alimentos y medicina. Pero además, poder dedicarse a alguna actividad quizás distinta a la que utilizó para laborar en el campo profesional. Poder dedicarse a las artes, a la música, a la literatura… a tantas cosas que no pudo hacer mientras trabajaba. Eso en Venezuela no es posible», dijo Silva Herrera.

El director señaló que el comité divide a las personas mayores en tres grupos: uno que corresponde a la población que no recibe ningún tipo de ingreso, aproximadamente un millón de venezolanos; el segundo es el del adulto mayor que trabajó en empresas privadas y que tiene solamente pensión del seguro social y el tercero es de los jubilados de la administración pública.

Expertos indican que los sectores más desprotegidos son los de salud y educación, que de por sí perciben sueldos que no alcanzan ni el 20 % de la canasta alimentaria. Una vez jubilados, profesores, médicos y personal de enfermería terminan dependiendo de sus hijos, sobrinos u otros parientes para poder sobrevivir, luego de haber dedicado la mitad de una vida al servicio de la comunidad.

Virgilio Castillo, presidente de la Asociación de Profesores de la Universidad de Los Andes (ApULA), declaró el 26 de enero que la asfixia presupuestaria del Estado y la imposición de bajos salarios ha sometido a varios adultos mayores a situaciones verdaderamente extremas.

Programas de asistencia

De acuerdo con Manuel García, gerente de Protección Social del Instituto de Previsión del Profesor (IPP), solo en la Universidad Central de Venezuela (UCV), en Caracas, hay 750 profesores de la tercera edad sin medios económicos para costear alimentos o medicinas. Estos datos fueron obtenidos a través de una encuesta que García y Nashla Báez, presidente de Brigadas Azules, realizaron en 2021, en conjunto con la Asociación de Profesores de la UCV.

Manuel y Nashla son los encargados del Programa de Asistencia Alimentaria Directa, una iniciativa que comenzó a desarrollarse en enero del año pasado, en medio de la pandemia del coronavirus, debido a la situación de los docentes ucevistas cuyos salarios oscilan entre los 5 y 12 dólares mensuales.

«Yo me pongo a recaudar alimentos un día que me llega un mensaje de texto donde estaban pidiendo comida para un profesor jubilado de la UCV. Hablé con el gerente de Protección y le dije que lo que recaudara se lo llevaría un domingo. Comencé a mover mis redes, logré reunir varias cosas y cuál fue mi sorpresa cuando el gerente me llamó el sábado y me dijo que el profesor había muerto. Me destrozó el corazón», contó Báez a Efecto Cocuyo.

El Programa de Asistencia Alimentaria Directa cuenta con diferentes vías de donación de organizaciones, egresados y otras personas. Mensualmente, consiguen entre 300 y 400 kilos de alimentos que distribuyen entre 100 de los profesores en las situaciones más vulnerables.

«Muchos profesores tienen vergüenza y no quieren contar sus casos a la prensa. Algunos nos dijeron que prefieren renunciar a los alimentos a que su situación se haga pública a nivel nacional», dijo Manuel García.

Una vejez indigna

Gladys Carrizal nunca creyó que, después una carrera universitaria, cuatro cursos en Chile y cuarenta años atendiendo a enfermos en hospitales, algún día abriría la nevera y la encontraría vacía. Pero le ocurrió el 10 de diciembre de 2021, a las 9 p. m., en el oeste caraqueño, y su primer impulso fue cerrar la puerta del refrigerador con fuerza, hasta lastimarse la mano.

Respiró hondo, bebió un vaso de agua y esperó diez horas a que el sol saliera para tocarle la puerta a la vecina del apartamento contiguo, con la que no se llevaba demasiado bien desde que tenía uso de razón.

«¿Me puede prestar un poquitito de Harina PAN, que se me acaba de terminar? Yo le repongo luego», Gladys preguntó en voz baja y con las orejas rojas.

La mujer la miró extrañada por unos segundos, pero luego frunció el ceño, entró hasta la cocina y salió con una bolsa de plástico llena de harina de maíz. La enfermera la tomó con rapidez y dio las gracias, antes de volver a su propia casa. Preparó dos arepas con rapidez, midiendo el agua con cautela para que la masa no se aguara demasiado, y las devoró apresurada.

«Fue tan humillante. No tenía ni para comprar un mango. Creo que esa noche lloré como si se me hubiese muerto alguien. Y al final sí, sentí que me habían matado la dignidad. Tengo 70 años. Nadie debe sentirse así a los 70 años», expresó Carrizal.

Su única hija murió en 2016, en un accidente de tránsito. El resto de su familia directa, sus hermanos mayores, fallecieron antes que ella. Sus sobrinos no la llaman desde hace tres años, pero sabe que están en alguna parte de Costa Rica.

«Al final, terminas esperando morir también. Es un pensamiento horrible, yo sé. Pero, a esta edad y con este rollo de país, ¿qué se supone que voy a hacer», comentó Carrizal. Consiguió empleo limpiando una casa cerca de Prados del Este, en Caracas, en enero de 2022.

«La señora que me contrató lo hizo por lástima. Yo sé. Pero es muy amable y me gano quince dólares a la semana. Entonces puedo sobrevivir con eso. Le compré una Harina Pan completa a mi vecina», contó.

Pactos con la soledad

Pedro Salinas es un ingeniero agrónomo que egresó de la Universidad Central de Venezuela en 1962. Obtuvo un Diploma del Imperial College of Science, Technology and Medicine, de la Universidad de Londres (1966) y un MSc de la misma universidad en 1972. Desde 1968 es profesor titular de la Facultad de Ciencias Forestales y Ambientales y de la Facultad de Medicina de la ULA.

El currículum de Salinas es especialmente amplio. Por ello, la indignación y sorpresa encendieron las redes sociales cuando el profesor fue encontrado por los Bomberos Universitarios en su residencia ubicada en Mérida, junto al cadáver de su esposa y también profesional universitaria, Ysbelia Hernández, el pasado 23 de enero.

Mientras una primera versión aseguraba que el anciano se encontraba en un severo estado de desnutrición, su nieta, Delia Salinas, migrante en Reino Unido, desmintió que su abuelo estuviese abandonado. Explicó que el hombre había experimentado una deshidratación producto del tiempo que pasó junto a su pareja muerta sin levantarse.

A pesar del comunicado en que insistía que Salinas contaba con una nevera llena de alimentos y mantenía contacto con su familia en el exterior, el caso fue una muestra de lo solitarios que están algunos adultos mayores, producto de la diáspora venezolana.En total, 5,7 millones de venezolanos habrían salido hasta ahora del país a distintas partes del mundo, apuntó Amnistía Internacional.

Según la Encovi, el 90 % de los que abandonan Venezuela en busca de mejores condiciones de vida son hombres y mujeres entre los 15 y los 49 años.

El escritor Gabriel García Márquez decía que el secreto de una vejez feliz es «un pacto honrado con la soledad», peroen Venezuela la frase no aplica: los abuelos y abuelas venezolanos se han visto obligados a estar solos en una nación que parece no tener tiempo para ellos, sin posibilidad de ingresos propios. En el país no hay un pacto, sino una imposición que continúa alargándose sin una solución que se vislumbre a corto plazo.

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  • con harina en mis zapatos

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