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Jesús Lemus Barajas: ‘La pluma de Puente Grande’ - Los Angeles Times

Hace un par de meses, el periodista Jesús Lemus Barajas presentó su nuevo libro “El Licenciado”, en el que narra con lujo de detalles y avalado con documentos y declaraciones de distintos personajes, como Genaro García Luna, SSP (Secretario de Seguridad Pública), durante el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa, (2006-2012), se involucró con el Cártel de Sinaloa.

Sin embargo, el propósito de este artículo no es hablar de ese libro. Jesús tiene 9, y todos con temas fuertes y de actualidad en México. Contar la historia de este periodista michoacano es el objetivo, y bien podría ser una novela. Y los guiones, serían esos que escribió mientras estuvo preso en el penal de Puente Grande, Jalisco, precisamente por investigar y encontrar hechos incómodos para el presidente que lanzó en el 2006 la guerra contra el narco y que precisamente lo hizo en Michoacán.

“Mi peor temor cuando estaba encerrado en Puente Grande durante esos 1.100 días que estuve preso, era perder la habilidad de escribir a máquina. De no poder realizar mi trabajo de todos los días”, me contaba Jesús Lemus Barajas durante una de varias charlas que hemos tenido sobre su experiencia en una de las prisiones federales de máxima seguridad, en el estado de Jalisco, junto a los peores criminales del país, y que marcó su vida para siempre.

¿Qué hacías para no perder esa práctica?

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“Pues fíjate que con un pedazo de cartón que alguien abandonó por ahí y una refacción de una pluma Vic, dibujé un tablero, le puse las letras, así como las tienen las máquinas, y tecleaba con la ayuda de la refacción y así sentía que todos los días escribía crónicas, artículos y reportajes. Tac tac tac, ese ruido que hacía al simular el tecleo, molestaba algunos de los presos en las otras celdas, que de repente reclamaban: “Lemus, ya deja de hacer ruido”. Un ruido que de forma constante le recordaba una y otra vez que era un periodista, y él interiormente se decía a sí mismo que estaba realizando uno de los mayores reportajes de su vida dentro de ese penal. Y el tiempo y los años después le darían la razón.

Esa es una de las anécdotas positivas que le sirvieron para mantenerse mentalmente saludable en medio de un encierro de más de 3 años, producto de represalias del gobierno de Felipe Calderón Hinojosa, por tocar dentro de sus investigaciones, intereses de su familia y el narcotráfico en Michoacán.

Los años previos a la cárcel

La carrera de Jesús Lemus Barajas en el periodismo inició hace más de 30 años en Michoacán, su estado natal. Desde muy joven, a Jesús le gustó cubrir la nota roja.

Fue editor de la sección estatal en el diario La Voz de Michoacán, una de las publicaciones líderes en el estado, fundada en 1948. Tenía a su cargo a 15 corresponsales por toda la entidad, así como otros 3 en Ciudad de México, Monterrey y Guadalajara.

“Hacía mi trabajo ordinario. No había maniobra para mucha labor de investigación. Todos estaban destinados a ser prácticamente voceros del poder. A cubrir notas de alcaldes, gobernadores etc.”, cuenta mientras habla de su experiencia en el tradicional diario michoacano.

En esos años comenzaron a surgir despojos de tierras, así como una creciente actividad del narco en la Tierra Caliente, que involucraba a la minería.

En un estado como Michoacán con distintos problemas en sus 4 puntos cardinales, para Lemus Barajas era frustrante la omisión de información.

“Siempre había problemas en La Nueva Jerusalén, pero nunca me autorizaban a publicar nada en esa dirección. Esa y otras informaciones importantes no me dejaban sacarlas. Como editor, en el 2000, me cansó ver que no publicaban lo que realmente reflejaba lo que la sociedad Michoacana vivía en ese momento”. Por esa razón, Jesús decidió renunciar en febrero de 2006.

“Me regresé de Morelia a La Piedad y volví a ser corresponsal para La Jornada. Luego renuncio y decido seguir haciendo periodismo, y me aviento a hacer mi propio periódico. Saco los poquitos ahorros que tenía, me deshice de algunas cosas. Hice una inversión que en ese tiempo no llegaba a los $250.000.00 pesos, pero pude comprar una máquina para imprimir el periódico, contraté tres reporteros, un diseñador gráfico y un impresor. Con eso comencé a hacer mi periódico. Así nació “‘El Tiempo’, de La Piedad, Michoacán”, recuerda con orgullo.

La ilusión de hacer crecer su propio medio de comunicación, realizar investigaciones especiales, crónicas y artículos críticos de todo lo que se vivía en el estado, era una meta que Jesús Lemus persiguió desde sus inicios en el periodismo.

El surgimiento de “El Tiempo” en la región del Bajío, y la cantidad de lectores que comenzaban a seguirlo, de inmediato lo posicionó como publicación líder, ya que solo existía el “AM” de León Guanajuato. Entonces las 24 páginas de “El Tiempo” se volvieron atractivas como diario local y regional.

“Tenía todas las secciones desde local, deportes, política, de opinión. Comienza a crecer, empiezo a tener mucha gente, mucha participación” comenta Jesús Lemus.

La llegada de Felipe Calderón a la presidencia

En 2006, al llegar Felipe Calderón Hinojosa a la presidencia de la república, Jesús Lemus, pensó que habría más apoyo para los empresarios pequeños, y en general para el estado, por ser la tierra natal de Calderón.

“No había publicidad oficial. No me abrían espacios como a otros medios. Busqué apoyo del gobierno del estado y me lo negaron. Todos los municipios del Bajío y La Piedad nos leían, era el medio más importante. Aún así, no tuve publicidad”, aseguró Lemus.

“Lo que nunca pensé fue en comprometer la línea editorial. Vi que era más rentable ser crítico que tirarme a las líneas del poder”. Pero en ese momento Lemus no podía ver lo que le sucedería en un futuro cercano y precisamente esa dura línea editorial sería el detonante, para que lo estaba por ocurrir.

La guerra contra el narco

Luego de varias tazas de café, Jesús hace una pausa, pone a un lado su taza, me mira y dice: “El 6 de diciembre, al iniciar la guerra contra el narco en Michoacán, comencé a ser crítico a la invasión de Felipe Calderón. Envió 12 mil elementos al estado para comenzar la expansión en todo Michoacán. Di voz a la gente que hablaba de ejecuciones extrajudiciales, personas que detenían y luego aparecía ejecutada”.

Sus investigaciones lo llevaron a contactar a gente involucrada en el narco, con la “Familia Michoacana” en ese entonces.

“Mucha gente me contó lo inexplicable del lanzamiento de la lucha contra el narco, porque ‘La TUTA’, Servando Martínez, y gente de los Caballeros Templarios, tenían relación directa con Luisa María Calderón. Ella, era hermana del presidente Felipe Calderón Hinojosa, y era conocida como ‘La Cocoa’. Luisa María también estaba involucrada en la política. Fue Diputada por el Partido Acción Nacional (PAN) de 1988 a 1991, y Senadora de 2000 a 2006. Luego contendió por la gubernatura de Michoacán, y fue derrotada por el priista Fausto Vallejo. (Durante esta candidatura se le acusó de pedir apoyo a Servando Gómez Martínez ‘La Tuta’, uno de los líderes de los Caballeros Templarios).

Lemus cuenta que paralelo a eso, siguió cubriendo la nota roja. Y en su diario “El Tiempo”, le dio impulso y la retomó.

“Describí el nacimiento de la Familia Michoacana, su rompimiento con los Zetas. De ahí comencé a investigar los nexos de la FM con el cártel de Sinaloa, y el surgimiento de los Valencia en Michoacán. Y así estuve por un tiempo investigando el narco y el quehacer político”.

La vinculación del narco en su estado y la relación con los políticos fue algo que le apasionó. Cuenta que prácticamente los primeros dos años de gobierno de Felipe Calderón, se dedicó a eso y a documentar la relación entre Servando Martínez ‘La Tuta’, y Luisa María Calderón.

Y como era adicto a los temas escabrosos y polémicos, comenta que también escribió y documentó la pederastia que surgió en el interior del comité ejecutivo estatal del PRI. Lo encabezaba Jesús Reyna, quien posteriormente sería gobernador.

A raíz de tocar temas tan delicados comenzaron a rondarle los problemas.

“Detenían a mis repartidores, los hostigaban. A finales de abril de 2008, alguien entró a la oficina y rompió la máquina impresora con un marro. Este y otros incidentes a deshoras de la noche me hicieron presentar mi denuncia a Reporteros sin Fronteras”.

“Ese es el antecedente al secuestro del 7 de mayo de 2008. Ese día salí a reportear como siempre y me habla el comandante Ángel Ruiz Carrillo, de Guanajuato, que por cierto sigue activo. Me dice que me tiene una información de unos muertos, y me cita en Santa Ana Pacueco, Guanajuato, municipio de Pénjamo. La cita era a las 11a.m. Fuimos a comer tacos y le dije: qué onda comandante, qué hay. Me dijo vente. Me acerca a una camioneta y toma mi libreta. De repente un grupo de 3 policías me agarran, me sujetan y me dicen con palabras altisonantes que estaba en problemas. Me pusieron una chamarra negra sobre la cabeza y me aventaron a la cajuela de una camioneta. Ahí quedó mi carro estacionado. Me tuvieron varias horas por las carreteras del Bajío Guanajuatense. Estaba confundido”.

“Por casi dos horas de trayecto estuve en la cajuela. Me llevaron a una casa. El comandante pidió que me tiraran al río. Al entrar a la casa, me voltearon contra la pared. Me dicen quédate ahí cabrón. Me quitaron la chamarra, me quitaron la ropa, me dejaron en calzones y me sentaron en el suelo. Ahí me quedé”.

Jesús Lemus Barajas: ‘La pluma de Puente Grande’ - Los Angeles Times

Su vigilante tuvo compasión cuando le pidió agua. Le rogó quedarse tranquilo para evitar golpearlo.

“Actuaban como el crimen organizado. Estaba en una casa que olía a muerte, sangre, orina, y excremento. Era una casa de seguridad de los Zetas. Y lo supe por una clave de radio”.

Ante las denuncias previas hechas por Jesús Lemus a Reporteros sin Fronteras, su líder Balbina Flores, al ser notificada de la desaparición de Lemus, emite una alerta. Le dicen que no aparece. Ella corrobora los datos y emite un comunicado notificando la desaparición de Jesús Lemus Barajas.

Flores habló con testigos que vieron cómo un grupo de la policía ministerial de Guanajuato, se lo había llevado. Flores le pide al gobierno presentar al periodista con vida.

Fue así como ese día Lemus escuchó el ruido de una camioneta que se acercaba. Luego reconoció una voz familiar. La del comandante Carrillo que le decía a quien en ese momento lo vigilaba: “güey ¿dónde está el pinche gordo?”

Y el vigilante contestó: “Aquí lo tengo comandante”.

Y Carrillo seguía preguntando: “¿Ya le diste en su madre?”

El vigilante respondía: “No, está aquí esperando”.

Carrillo le dice: “Pues dámelo, me tengo que llevar al cabrón. Me lo están pidiendo en Guadalajara”.

Acto seguido, el cuidador entrega a Lemus con el comandante Carrillo, ese que un día le sirviera de fuente informativa y ahora se convertía en un traidor y en su verdugo.

“Vámonos güey. Te salvaste hijo de tu puta madre”, le dijo Carrillo en tono burlón.

La tortura

Escuchar el relato tan vívido de Lemus mientras compartíamos café, fue estremecedor. Por momentos su voz se quebraba al recordar las torturas y vejaciones a las que fue sometido, y que no lograba comprender el motivo.

Lo sucedido cuando lo sacaron de la casa de seguridad en Guanajuato, lo marcaría de por vida.

“Me levantaron entre dos. Me sacaron. Se me doblaban los pies entre la tierra y los zurcos. No veía, pero sentía la tierra. Y se me acercó alguien y me dijo: te salvaste hijo de tu puta madre. Y de repente en mi oído derecho escucho como cortan cartucho y me ponen una pistola en la cabeza y siento el frío. En ese momento hace varias detonaciones y me dejan sordo. Quedo sordo después de esos disparos. Me derrumbé, caí al suelo sin saber si estaba vivo o muerto. Lo que pasó después fue que entre dos personas me llevaron de ese lugar a las instalaciones de la Procuraduría de Justicia de Guanajuato. Lo supe porque escuchaba el tecleo de una máquina. Ahí me tiraron al piso, me golpearon, me pegaron en la cara. Luego me dejaron en un cuartito pequeño y me quitaron la venda que traía y me pusieron otra venda. Una persona de bata blanca y manos suaves me dijo que estuviera tranquilo. Que estaba en la Procuraduría. Me puso un pantalón. Me estaba durmiendo, cuando de repente me sacaron”.

Las torturas continuaron. A Jesús Lemus le dieron toques eléctricos, le pegaron con un mazo en las plantas de los pies, le pusieron una bolsa de plástico en la cabeza, con un rifle le rompieron a golpes dos costillas, y mientras era golpeado, le exigían firmar unas hojas donde lo incriminaban con el grupo de Osiel Cárdenas Guillén, del Cártel del Golfo.

Por los golpes dados, el dolor, el cansancio, y el trauma de lo que sufría sin saber aún por qué, no tenía fuerza ni para sostener la pluma con la que querían obligarlo a firmar su declaración que lo involucraba con el narco.

Así pasaron 72 horas. Después le preguntaron por Servando Martínez, ‘La Tuta’. El solo les decía que era reportero, pero los interrogatorios preguntándole por varios nombres que desconocía, no terminaban. También recordó que le preguntaron por Leonel Godoy, gobernador de Michoacán. En seguida le exigieron que firmara un documento donde declaraba ser parte de la ‘Familia Michoacana’.

Así estuvo desde el 7 hasta la madrugada del 9 de mayo de 2008, bajo constante tortura en Guanajuato. Ese mismo 9 de mayo, llegó alguien que le puso vendas en los ojos, le dio ropa limpia, y le aseguró que todo estaría bien. Le pidió vestirse, le llevó una botella con agua, y le hizo tomar un analgésico que le quitó momentáneamente el intenso dolor que tenía en todo el cuerpo a causa de las torturas. Ese extraño que lo ayudó se quedó con él alrededor de una hora. Le revisó las costillas, y vio la fractura. Le informó de su traslado al ministerio público.

Al llegar a otra oficina, un agente del ministerio público le dijo que estaba acusado de delincuencia organizada y narcotráfico. Le llevaron un abogado de oficio para su primera declaración. Declaró ser periodista en La Piedad, Michoacán y pidió se le avisara a su familia, a Reporteros sin Fronteras, y a Derechos Humanos. Lemus nunca reconoció los cargos que le imputaron.

De ahí lo enviaron al penal de “Puentecillas”. Seguía en Guanajuato, el mismo 9 de mayo. Finalmente, esa noche un custodio le permitió llamar a su esposa, quien lloraba desconsolada y deshecha luego de saber lo que pasaba. Fue hasta el 10 de mayo cuando finalmente pudo ver a su esposa y a su hija. Ambas lo vieron golpeado, adolorido, triste y desconcertado por todo lo que sucedía.

El traslado a Puente Grande

Que el comandante Ángel Ruiz Carrillo, quien fuera por años su fuente informativa, lo señalara como miembro de un cártel del narco en Michoacán, para el juez federal a cargo del caso de Lemus fue razón suficiente para ordenar su traslado inmediato a un penal federal de máxima seguridad, dado el alto riesgo que un “miembro del narco” representaba.

Incluso según el relato de Jesús, ese juez ordenó hasta un estudio criminológico para determinar su grado de peligrosidad. El examen fue tan profundo, dice Lemus, que el “especialista” solo le formuló dos preguntas: su nombre y su edad.

“Ese fue el estudio criminológico que me catalogó como sujeto altamente peligroso, y candidato a una cárcel federal”, señaló Lemus.

El traslado de Guanajuato a Jalisco se llevó a cabo muy temprano el 27 de mayo, con un operativo hecho por la Agencia Federal de Investigaciones (AFI), y con apoyo del Ejército mexicano. A Lemus lo custodiaban esposado de pies y manos, 5 agentes fuertemente armados al frente, y otros 5 detrás de él.

En ese penal estuvo tres años y 5 días, con todo tipo de retrasos en su proceso judicial, aseguró Lemus. Dicho proceso, tardó 6 meses en iniciarse. Y durante ese tiempo, las torturas tanto físicas como psicológicas eran cosa de todos los días.

La degradación de su persona, al tenerlo desnudo, como a los otros presos, y golpearlo todas las noches hasta el cansancio, hacían que esas horas, las más oscuras de su vida, le dejaran sabor a dolor, sangre, tristeza y soledad. Y en medio de tanto sufrimiento, vino el golpe más duro de todos. “En agosto de 2010 recibí una noticia devastadora, mis abogados defensores habían sido asesinados justo a la mitad del proceso penal. Quedé en estado de indefensión por más de 8 meses, hasta que pude contar con un abogado de oficio”, recuerda.

Y lo que siguió fue un reto titánico para él. Superar el dolor, las humillaciones, la soledad, y las torturas, y sobre todo, ese sabor y olor a sangre de todos los días luego de los golpes que recibía.

Su pasión, la terapia y su rescate moral

En una plática llena de dramatismo, emociones encontradas, y casi hasta lágrimas, es inevitable hacer una pausa. Al continuar, Jesús expresa como el ser periodista y esa pasión que desde siempre despertó en él su profesión, fue una luz en su camino, una esperanza para salvar su alma y calmar el dolor físico de tantas heridas provocadas por los brutales castigos que recibió durante su estancia en Puente Grande.

“Todavía me preguntó cómo pude soportar los primeros meses. Después tuve un trato más humano. Pero la única forma en que me sostuve dentro de la prisión fue pensando siempre que estaba haciendo un reportaje. Un gran trabajo informativo. Eso me daba mucha esperanza. El saber que fuera de la cárcel me esperaban mi esposa y mi hija que me necesitaban. En las noches me sostenía haciendo ejercicios mentales, redactando una nota informativa todos los días. Así me fugaba mentalmente de la cárcel”.

Y es así como revive esa máquina de escribir que hizo con un pedazo de cartón y una refacción de pluma Vic. Esa que, con ruidos molestos para otros, a él le recordaban su esencia de periodista.

“Todos los días tecleaba mi máquina imaginaria hasta que me cansaba de escribir un artículo, un reportaje, una crónica. Repasaba cuál sería la entrada, el cuerpo de la nota, y como la remataría. Pensaba siempre en el gran trabajo informativo que desarrollaba. Eso me salvó, mi gusto y dedicación al periodismo. Lo único que tenía era la imaginación”.

A esto le sumó esos cuadritos de papel sanitario que todos los días recibía, y que le servían para documentar hechos y anécdotas de esos personajes del crimen organizado con los que convivió por varios años y que dejaron una huella muy profunda en su vida, y valiosos testimonios que verían la luz unos años después, gracias a su esposa que al visitarlo los recogía y transcribía en una computadora, convirtiéndolos en archivos muy valiosos.

La huella de algunos presos de Puente Grande

Durante los 1.100 días que Lemus estuvo en el penal de Puente Grande, vio de cerca las entrañas del otro rostro del crimen organizado.

Ahí conoció las personalidades de personajes como Rafael Caro Quintero, ex líder del cártel de Guadalajara; Mario Aburto Martínez, supuesto asesino de Luis Donaldo Colosio; Alfredo Beltrán Leyva, ‘El Mochomo’; Daniel Arizmendi López, ‘El Mochaorejas’; Juan Sánchez Limón, lugarteniente de ‘El Lazca’; Daniel Aguilar Treviño, asesino de José Francisco Ruiz Masseiu; José Humberto Rodríguez Bañuelos, ‘La Rana’, presunto homicida del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo; y Noe Hernández, ‘El Gato’, quien fuera ayudante de Joaquín ‘El Chapo’, Guzmán; Carlos Rosales, fundador de la Familia Michoacana; Armando Amezcua, jefe del cártel de Colima, entre otros muchos delincuentes.

“Nunca visualicé el hecho de que estando en la cárcel, el mundo criminal fuera a ser tan importante en mi vida laboral. Tan así que jamás imaginé tener información de primera mano de cómo están organizados estos cárteles de la droga, de su propia voz”, señala Lemus.

Lemus reconoce que, entre los presos, por más criminales que fueran, había igualdad de condiciones, porque todos estaban prácticamente “desnudos”, pues ahí dentro, no tenían nada. Pero entre ellos existía respeto, y cierta camaradería, inevitable dada la cantidad del tiempo compartido.

Tuvo la oportunidad de conocerlos a todos, sin justificarlos pudo ver esa cara que no le dan al mundo. La parte humana que estando presos afloraba en ellos, y que Lemus analizaba en silencio y guardaba mentalmente para ese “reportaje gigante que preparaba desde el encierro”.

Lemus me habla de varios, como de Rafael Caro Quintero; Humberto Rodríguez ‘La Rana’; de Armando Contreras Amezcua, jefe del cártel de Colima, y de Carlos Rosales, fundador de la “Familia Michoacana”; de Mario Aburto, (presunto asesino de Luis Donaldo Colosio), así como de Alfredo Beltrán Leyva, ‘El Mochomo’.

“No considero que llegamos al punto de la amistad, solo fue empatía. Yo trataba de entenderlos, y ellos a mí. En el caso de Carlos Rosales, al saber que yo estaba acusado de ser el jefe de ‘La Tuta’, él se rio, y me dijo que no tenía ese perfil, y siendo él, el fundador de ese cártel michoacano sabía que yo no estaba involucrado porque además ni me conocía”.

Rafael Caro Quintero

Al mencionar a quien fuera jefe del cártel de Guadalajara, Lemus dijo que Caro Quintero no hablaba de sus crímenes, ni del trasiego de drogas.

“Rafael era un hombre atento. Imponía autoridad y respeto. Era afable y se podía tratar fácilmente con él. No me mentía, no andaba drogado, ni atacaba a nadie. Por eso me resultaba increíble creerlo responsable de tantos crímenes que se le atribuían. Por eso había cierto grado de empatía. Nunca hubo un trato pesado entre nosotros. Tenía un gran sentido del humor. Era muy anecdótico. Contaba sus andanzas de juventud y lo enamorado que estuvo de muchas mujeres. Era un hombre de una sola vuelta. Eso fue lo que hizo que hubiera empatía entre nosotros”, comenta.

Y continúa...

“Con otros presos sentía aberración porque hablaban de descuartizados, de ejecutados, de las toneladas de droga que movían. Yo eso no lo podía tolerar. A lo mejor para ellos que desconocían la diferencia entre el bien y el mal, era natural. Rafael lo más que contaba era la relación en las cenas con sus amigos, qué tomaban y qué comían. Nada de sus actividades como narco. Eso me llamó mucho la atención”.

Un día, sentados en una banca en el patio de recreo, le dijo: “Es la primera vez que hablo con un periodista. No me gustan los periodistas. Nunca hablo con ellos. Y negó haber hablado con Julio Scherer. Relató que la única vez fue en el reclusorio norte de la Ciudad de México, y fue desde la puerta del patio cuando Scherer le gritó: Rafael, mientras daba vueltas haciendo ejercicio. Y Caro Quintero le contestó: '¿qué quieres?’, Soy Julio Scherer, quiero una entrevista, respondió. Y él le dijo: ‘no te doy nada’. Y aseguró que fue la única plática”.

Con curiosidad le pregunté que si por tanta convivencia y charlas tranquilas hasta podía sentir afecto por algunos.

“Los estuve observando desde el lado humano. No soy sociólogo ni psicólogo, soy periodista y observé sus comportamientos, su forma de pensar, su concepción de la vida. Los narcos son seres humanos al final de cuentas, y muchos, sin intentar disculparlos, no son los monstruos que los medios presentan. Yo no quería hablar de delitos. Yo deseaba saber qué sienten, qué piensan y cuáles son sus anhelos. En eso me enfoqué básicamente”.

Mario Aburto

Durante la entrevista fue inevitable preguntarle sobre Mario Aburto. Hasta la fecha ningún periodista ha logrado entrevistarlo.

“Cuando lo conocí el impacto emocional fue muy grande. Desde mi postura de reportero estaba frente a uno de los protagonistas del hecho histórico más importante del siglo pasado en México, y el estar ahí, en igualdad de circunstancias me impactó mucho, me sacudió. Le pregunté muchas veces lo que todos querían preguntarle, y siempre tuve una respuesta evasiva sobre si había matado al candidato presidencial Luis Donaldo Colosio, en aquel mitin de Lomas Taurinas en marzo de 1994, en Tijuana. El estar junto a él, me puso en otro grado de reportero. Pude palparlo como tal. Hasta el momento ningún periodista ha estado junto a él. Y Mario a la fecha no sabe ni qué pasó”.

Y me cuenta sus conclusiones sobre el tiempo que estuvo cerca de él.

“Siempre he creído que él no lo mató. Ni siquiera tenía motivación. Era tímido y reservado. No platicaba con nadie. Siempre estaba aislado del grupo y se le veía el miedo a interactuar con otros internos”.

José Humberto Rodríguez Bañuelos ‘La Rana’

Al llegar a la pregunta sobre sus impresiones de quien fuera acusado de asesinar en mayo de 1993 en el Aeropuerto Internacional de Guadalajara, al Cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, Lemus me contó sus conclusiones.

“Fíjate que Humberto Rodríguez era recto y honesto. Me divertían las pláticas con él, contaba chistes. Siempre estaba contento. Decía albures, mentaba madres, pero todo el tiempo vio su propia vida criminal como algo que tenía qué hacer en la vida. Estaba convencido de ser el mejor asesino de México, lo que lo hacía verse ridículo por pensar así. Además, relataba historias sin límite. Pasaba del plano familiar, a los cárteles, a cuando fue policía de Sinaloa, cuando trabajó para los Arellano Félix, sin tomar en cuenta que hablaba con un periodista. Me dio cierto grado de confianza”.

Dijo que el asesinato de Posadas Ocampo fue un encargo del gobierno federal. Habló del entonces Procurador General de la República, Jorge Carpizo McGregor, quien le llamó la atención a Posadas Ocampo porque sabía del tráfico de armas desde Tijuana hasta Chiapas. Pero no podían detenerlo por la relación con el Vaticano. Y fue a través de Rodolfo León Aragón ‘El Chino’, quien era en ese tiempo Jefe de la Policía Judicial Federal, (1993), que le encargaron a Humberto Rodríguez ‘La Rana’, la ejecución. ‘La Rana’ reveló que recibió instrucción de matar al cardenal Posadas Ocampo. Él era además gente de confianza de Carpizo cuando fue secretario de Gobernación. Y dijo que León Aragón, también se encargó de citar a los Arellano Félix y a Joaquín, ‘El Chapo’ Guzmán, para establecer una tregua de paz. “El gobierno federal cuadró todo. Sabían que en ese momento llegaría el cardenal y ordenaron su ejecución en ese lugar. Y al mismo tiempo citaron a los otros para mediar diálogo entre ellos, y de ahí la versión del fuego cruzado entre esos sicarios”.

Narco educación

Aunque parezca increíble, algo que llamó mi atención en el relato de Jesús Lemus, fue el gran interés que la mayoría de los criminales tenían en su educación. No querían ser ignorantes. Y como gran parte de ellos ni la primaria habían cursado, se esmeraban en las clases que recibían para alcanzar ese certificado. En esto, Lemus tuvo un rol primordial. Se convirtió en el tutor de muchos. El más interesado fue Rafael Caro Quintero. Durante el tiempo que Lemus estuvo ahí, Quintero aprobó uno por uno los grados de la primaria. Incluso cuenta una anécdota al respecto:

“Una mañana Rafael hizo tal algarabía que de momento pensé que había logrado su libertad. Pero no, me avisó que ya había aprobado tercero de primaria, me agradeció la ayuda recibida y me pidió seguirlo apoyando todas las tardes para pasar la primaria. Incluso les decía a otros presos que cuando estuviera estudiando nadie nos molestara. No quería que otros internos me hicieran preguntas antes de los exámenes”.

Las cartas de amor

“¿Quién dice que el amor solo toca a las almas buenas? Cuando estuve preso conocí a los hombres más desalmados, los que racionalmente podría pensarse que no tenían una gota de amor en sus almas. Pero paradójicamente vi a muchos de ellos enamorados hasta el tuétano”, dice Lemus.

Una de las actividades que lo alejaban de la soledad, y ese sabor a sangre y tristeza, eran esas veces que se rentaba como “cupido”. Esto sucedía casi siempre en el “día de San Valentín”. Sabiendo que había un interno “letrado” como decían, muchos se acercaban para pedirle su ayuda para escribir cartas de amor. Y él, con la sensibilidad de su pluma, dice que escribía las más febriles letras que podían salir del corazón de un preso, para que otros las firmaran.

Esos encargos especiales tenían su precio. Algunos pagaban con la mitad de una naranja, otros con dos tortillas, un pedazo de pan, o de chocolate. Cuando le iba mejor recibía un puño de hojas o un bolígrafo. Esos últimos artículos eran un tesoro para alguien como él. Jesús dice que además le llenaba de satisfacción ver las sonrisas de aquellos presos consumidos por las sombras de sus celdas, al leer los textos que escribía con emoción de enamorado.

Sus clientes más asiduos eran: Alfredo Beltrán Leyva; Rafael Caro Quintero; Daniel Arizmendi, ‘El Mochaorejas’; Sergio Enrique Villarreal, ‘El Grande’; Carlos Rosales; Noe Hernández, ‘El Gato’; y Humberto Rodríguez Bañuelos. Ellos mantenían sus relaciones amorosas a través del correo.

“A Rafael Caro le gustaba intercalar mis frases con ideas de él. Quería que los escritos llevaran su propia esencia. El toque de don Rafa, decía cada vez que interrumpía la redacción”.

También habló de las cartas de Daniel Arizmendi, ‘El Mochaorejas’.

“Arizmendi era muy sensual. Se deshacía en una descripción pormenorizada de la destinataria. Hablaba de su cuerpo, de su pelo, de sus uñas, de sus labios. Le gustaba que expusiera el deseo sexual que ella le inspiraba. Le dolía no tener un cuerpo que acariciar en aquellas noches frías de Puente Grande”.

Y sobre el jefe de sicarios de los Beltrán Leyva, Sergio Enrique Villarreal, ‘El Grande’, Lemus dice:

“Lo más doloroso para él era no tener a aquella mujer que le acariciara la espalda por las noches. Aquella con quien caminaba en el parque, (ficticio, por cierto), y que iba con los pies enfundados en unos tacones rojos que el mismo le compró“.

De Carlos Rosales, jefe de la Familia Michoacana contó:

“Carlos era muy práctico. Me pedía comenzar con un saludo para su mujer y su familia. Luego pasaba a las cosas del corazón. A veces me dictaba su propio sentir y lo matizaba con frases de alguna de sus canciones favoritas, como esas que tarareaba de vez en cuando. Melina de Camilo Sesto, o El Triste de José José”.

Y de Humberto Rodríguez, ‘La Rana’, recuerda:

“A él le gustaba hablar de cuando vivió en Morelia. De cuando paseaba de la mano con su mujer por los portales de la capital michoacana. El dolor de saber que nunca saldría de la prisión lo confortaba con la esperanza de estar con ella en el otro mundo. Él decía que solo el amor lo hacía sentirse más humano”.

Fueron historias como estas, y muchas más que vivió en esos 3 años y 5 días encerrado en Puente Grande, las que con lujo de detalles fue hilvanando en aquellos días y noches de agonía, donde según dijo solo tenía la “imaginación” y la pasión que lo sostuvo, su amor por el periodismo y el de su esposa y su hija, que sabía esperaban con ansía volverlo a ver.

Y mientras eso sucedía, relatos como los narrados y otros más, escritos en cuadritos de papel que su esposa e hija sacaban a escondidas durante sus visitas al penal, cobraron vida cuando él salió de la prisión. Y en dos libros con el nombre de “Los Malditos”, como según dice se les estigmatizó a los internos en ese lugar, Jesús Lemus Barajas narra lo vivido en el encierro. La realidad brutal, las peores vejaciones hechas a un ser humano, la represión, el trato como a animales que Jesús en carne propia recibió al ser señalados como lo peor de la sociedad.

“Yo pienso que estos dos libros son mi máximo trabajo periodístico porque planteo la visión de un narcotráfico más allá de si es o no responsable de la violencia en México. Planteo eso al remontar una situación de pobreza que empuja a muchos al narco para aliviar su situación. Además, exponer de manera clara el sistema carcelario en el país como represor y de exterminio es esencial. Actualmente se llevan estos libros como materia en escuelas de criminología. Antes muy poco se hablaba de quienes están privados de su libertad. Trato de hacer un periodismo más cercano a fuentes informativas, para que conozcan historias apegadas a los sentimientos humanos”.

A Jesús Lemus Barajas, su estancia como interno en el Centro Federal de Readaptación Social número 2 de Occidente en Puente Grande, Jalisco, le transformó para siempre la vida. Aún fuera de ese penal, (que en octubre del año pasado cerró sus puertas), le sigue costando su libertad. No tiene una vida normal. Vive en todas partes. Se define como “periodista desplazado”. Sabe lo que es estar en “el infierno”. Y su vida corre peligro, porque las amenazas de gente poderosa que sigue en el gobierno continúan.

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